jueves, 29 de noviembre de 2007

A LOS ANCIANOS QUE PUEBLAN ESOS GERIÁTRICOS DE “HERMOSOS” PATIOS...

Ojalá que, la lectura de este corto y sencillo relato, a más de uno le causase un poco de aflicción y respetara más a sus mayores...
Era un antro abarrotado, lleno de almas desangeladas, sin un motivo, sin un mañana. Miradas vacías por doquier... Su espíritu (si es que todavía existía o existió alguna vez) parecía evaporarse por instantes. Tenían un pasado, tan lejano que era imposible recordarlo. El más lúcido de ellos podía asirse a una sola emoción, quizás inventada, de un beso apasionado; una sola imagen, de un paseo al atardecer, tomando la mano de un ser querido, ahora sin rostro; una ilusión, la que le produjo conseguir aquel trabajo por el que tanto se había esforzado, o el mejor instante de su existencia, cuando escuchó aquel llanto y pudo contemplar dos ojos negros, diminutos, que se abrían al mundo.

Detalles, reflejos, relámpagos en la oscuridad. Flashes, etérea inspiración momentánea, escalofríos microscópicos rozando la piel. Tan sólo destellos de algo que pudo suceder.

Respirar era suficiente, sin esforzarse en saber quiénes habían sido o quiénes quisieron ser. Y balbucear retazos ininteligibles para el angustiado visitante que, quizá para ellos, lo significaban todo en esa hora miserable.

Caían lágrimas de la fuente de piedra, lentamente... Gota a gota, se perdían en el mismo abismo que sus miradas. Las huellas de unos pies cansados, derrotados, giraban hasta el infinito en torno al patio cuadrado. Las promesas volaban en el aire, reían ufanas de verse liberadas.

Ahora se lamentan, en algún lugar, de haberse emancipado; de aquel día en que dejaron de ser rememoradas. Todos lamentamos su olvido, su languidez, su deterioro, su vejez... Nosotros, visitantes de residencias, sabemos en lo más recóndito que su verdadero lugar es otro. Mas nos queda aquello que se oculta tras ese disfraz decadente, cuanto representaron (y ¡cuánto representaron!) antes de la necesidad dolorosa de atravesar esos “hermosos” patios.

domingo, 25 de noviembre de 2007

ESCENA MUSICAL EN LA SERIE HOUSE

(Este texto contiene spoilers y sólo será comprensible plenamente tras el visionado del capítulo 97 seconds).
El otro día fijó mi atención la escena musical que aparece en el capítulo 3 (titulado 97 seconds) de la cuarta temporada de la serie House. Consideré que su sentido no era otro que el de mostrar al doctor ante el interrogante de la propia existencia, preguntándose qué experimentamos cuando la “guadaña” acecha y si nuestros dolores terrenales cesan. Y es que, House-Holmes puede ser tildado de muchas cosas (desagradable, irreverente), pero, sin duda alguna, es un ser solitario y amargado (no sólo a causa de su dolor físico, sino también debido a sus carencias emocionales); en este sentido, resulta lógico que él mismo se plantee una solución a sus problemas, o vivir los “97 mejores segundos de su vida” (como expresa un paciente en el capítulo).

Sin embargo, hay quienes me han apuntado una interpretación plausible para la escena, que va en esta línea: si bien House tiene la convicción de que no existe vida más allá de ésta, lo único que tiene en mente, como auténtico científico, es servirse de esa parte fundamental del método científico que recibe el nombre de “falsabilidad”. Según ésta, una proposición científica es falsa cuando se consigue demostrar mediante la experiencia que un enunciado observable es falso (en este caso, que la muerte es un estado final irreversible).

Por otro lado, también se ve al doctor (sumido en esa soledad antes aludida) tratando de salir adelante sin su anterior equipo y fingiendo que lo consigue; el personaje de Foreman hace otro tanto...

Todo ello inmerso en el hermoso clima creado por una voz que me resultó francamente reconocible... Tras unas cuantas pesquisas pude comprobar que, en efecto, la intérprete es Alanis Morissette, la canadiense que saltó a la fama mundial con Jagged Little Pill (1995, Maverick Records) y el tema en cuestión es Not As We, el cual formará parte de Flavors of Entanglement. Este nuevo disco se espera para la primavera de 2008.
Si prestamos un poco de atención a la letra (únicamente aparece en el capítulo un tercio de la canción, la primera estrofa y el estribillo), llegaremos a la conclusión de que es apropiada para el contexto en que aparece:

«Reborn and shivering (renacido y temblando)
Spat out on new terrain (escupido en un nuevo terreno)
Unsure, unkind, insane (inseguro, desagradable, demente)
This faint and shaken hour (en esta hora débil y temblorosa).

Day one, day one (día uno, día uno...)
Start over again (comenzar todo otra vez)
Step one, step one (paso uno, paso uno...)
I'm barely making sense (apenas estoy dándole sentido)
For now I'm faking it (por ahora estoy fingiéndolo)
'Til I'm pseudo-making it (hasta que lo "pseudo-logre")
From scratch, begin again (comenzar desde el principio de nuevo)
But this time I as I (pero esta vez yo como “yo”)
And not as we (y no como "nosotros")».




viernes, 23 de noviembre de 2007

VIGÉSIMO ANIVERSARIO DEL ÁLBUM THE JOSHUA TREE

Portada de Time dedicada a U2 en 1987

Blessed is the spirit that overcomes” (bendecido es el espíritu que se supera). Así culmina Wave of Sorrow, una canción que comenzó a gestarse durante las grabaciones del antológico The Joshua Tree y que nunca fue terminada. Hasta ahora...
Veinte años después, la banda U2 reedita el disco ganador de un Grammy (al mejor “Álbum del año”), que fue número uno alrededor del mundo y que, hasta la fecha, ha vendido alrededor de 30 millones de copias. El lanzamiento tuvo lugar el día 20 de noviembre en USA (en España habrá que esperar hasta el 3 de diciembre), vía Ume, según las publicaciones especializadas Billboard y NME.

Muchas bitácoras se han hecho eco de esta publicación, fruto del fanatismo, la admiración o, simplemente, la curiosidad. Quisiera encontrarme únicamente entre las dos últimas; en efecto, desde que entrara en contacto con U2, rozando mi mayoría de edad, he admirado su capacidad de llegar a un público tan amplio y de crear diversos temas que han calado prácticamente en todo el mundo. El asunto de la curiosidad es complejo y contradictorio: a veces, creemos firmemente que ahondar en la biografía de alguien es una pérdida de tiempo, que son conocimientos de “Trivial” que no van a suponer nada en la construcción de un saber más hondo; otras, en cambio, enloquecemos leyendo las vivencias de personas destacables, porque sentimos que de veras aportan algo a nuestras vidas; porque nos pueden servir de ejemplo vital o moral; porque entendemos mejor su obra, lo que significaba para ellos; porque incluso la valoramos más al insertarla en unas circunstancias, o porque nos satisface pensar que conocemos un trocito más de mundo...
Fue esa curiosidad la que me ayudó a encontrar una entrevista reportajeada de la banda (Group Therapy, ‘Terapia de grupo’), publicada en The Sunday Times en noviembre de 2004. Asimismo, la revista Time realizó un reportaje titulado Band on the Run, ‘banda en marcha o en carrera’, en abril del 87 (un mes después de la aparición del disco). Se trata de dos piezas que ahondan de forma especial en los orígenes del grupo y en sus vivencias personales más reseñables. En la primera se explica cómo su carrera discográfica continúa en pie 25 años después porque se necesitan mútuamente más que en otras formaciones: cada uno de los componentes es para los otros como un mecanismo de supervivencia, ya que buscan entre ellos elementos que han echado en falta en sus propias familias y han estado huyendo de la “pérdida” toda su vida. Este detalle entronca perfectamente con la filosofía de The Joshua Tree, con sus historias de pérdidas (escuchad Exit, One Tree Hill, Where The Streets Have No Name o Mothers Of The Disappeared, sobre la pérdida de seres queridos) y búsquedas (I Still Haven’t Found What I’m Looking For, en la que se dice que Bono busca a Jesucristo para encontrar la paz). En la segunda pieza se profundiza más en este disco y se da cuenta del vasto éxito cosechado en tan sólo un mes desde su puesta en circulación. Incluso, la portada del número de Time en cuestión fue dedicada a la formación irlandesa, con la frase “Rock’s Hottest Ticket”.
Además de numerosos reportajes en prensa “cualitativa”, que no podemos abarcar aquí, el álbum ha protagonizado un sinfín de listas: la revista Time lo situó entre los mejores 100 álbums de todos los tiempos, en noviembre de 2006; de igual modo sucedió en NME, donde, en junio del mismo año, ocupaba el puesto 11 del Top 20. Para Rolling Stones, en sus 500 grandes álbumes de todos los tiempos, artículo que apareció en el año 2003, The Joshua Tree merecía nada menos que el puesto 26.
En definitiva, ¿qué significan todos estos rankings? ¿Los productos más laureados y premiados por la crítica han de ser los mejores? ¿Qué ocurre si, además, el público coincide en esa valoración? De algún modo, puede significar que The Joshua Tree se encuentra entre los mejores álbumes nacidos en estos últimos 20 años, pero no poseo la verdad absoluta, ni lo pretendo. Lo que sí puedo atestiguar es que al escucharlo nos sentimos inspirados y, con él, U2 ha alcanzado el sueño de todo músico, al lograr que hagamos nuestras sus melodías. Es una de las grandezas de la música: ser capaces de crear algo mientras la escuchamos. Y más todavía: sentirnos como el anciano Scrooge (el de Canción de Navidad), vagando al lado de nosotros mismos hace unos años, cerrar los ojos y ver cómo éramos entonces, experimentar las mismas emociones. Casi poder aspirar los aromas que nos rodeaban... Brindemos, pues, por todas esas canciones que vale la pena “sentir” (en valenciano, ‘escuchar’), que nos humanizan, entre las que se encuentran indudablemente las del álbum The Joshua Tree.

lunes, 12 de noviembre de 2007

JÓVENES EN UN UNIVERSO PARALELO

Ayer se publicó un reportaje en el suplemento EPS (El País Semanal), titulado “40 sin 40”, del cual me gustaría destacar algunas reflexiones, por coincidir con las mías propias, y que me da pie para desarrollar otras en la misma línea.
En dicho reportaje se hace un breve retrato de 40 personas menores de esa edad que, pese a sus importantes contribuciones (tecnológicas, artísticas o culturales), en su mayoría “son unos perfectos desconocidos”. Y he aquí la explicación que se da en el reportaje: “La razón es muy sencilla. Todos ellos en países civilizados habrían aparecido en distintos programas de televisión. Aquí, no. La televisión ha elegido fomentar otro tipo de relevancia. La que es negocio para ellos. Jamás la dignificación de los que hacen bien su oficio o logran algún reto”.

Con este lenguaje diáfano y tajante se expresan los periodistas Luz Sánchez-Mellado, Quino Petit y Guillermo Abril, quienes pretenden ofrecer una visión de la juventud española bien diferente a la que suele aflorar en el medio de comunicación aludido, por lo que hemos de tener en cuenta que los protagonistas de ambas visiones existen: por un lado, los que todavía entienden qué es eso del respeto (a los demás, pero también hacia uno mismo) y la “cultura del esfuerzo”; por otro lado, los “hijos” del Gran Hermano, aquellos que cuentan y enseñan en los medios sus intimidades más retorcidas, sean reales o producto de la imaginación; los que graban palizas en sus móviles de última generación; los “pastilleros” y los nuevos alcohólicos (categorizados como alcohólicos de fin de semana), entre otros. En efecto, según los autores, estos últimos “son tan representativos de los menores de 40 años como los demás”.

Pues bien, en la creciente degradación del medio televisivo, son estos jóvenes los que predominan en la pantalla y, de este modo, los que quieren ser imitados por los todavía más pequeños (en el enriquecimiento y la obtención de fama de la manera más fácil posible y como único fin). Mientras tanto, los otros, los carentes de nombre y apellidos, luchan por unos objetivos situados ya en otra dimensión (la cultura y el arte, las letras, la ciencia...), por el saber, entendido como conocimiento profundo. Parece que estas personas formen parte de un universo paralelo, con el que no se puede interactuar en televisión; su no aparición en el medio, implica una negación de su existencia y acaban convertidos en “personajes de ficción”.

Relegados a este estatus, comienzan los problemas, las inseguridades, el desaliento, el “no me veo capaz”, de unas personas que no se sienten valoradas ni reconocidas. En el caso de los jóvenes universitarios, posiblemente la crisis sea más aguda, pareja a la que atraviesan las universidades españolas, con su “elevada” formación práctica y su “efectividad” para garantizar la integración rápida en el mundo laboral de sus alumnos.
Y digo que se agrava porque, hundidos en su anonimato, además han de hacer de su vida un chiste, aparentando lo que no son, en vistas de que no encuentran nada acorde a su preparación (o, si lo encuentran, insuficientemente compensado a nivel económico o de realización personal). Por ello, es paradigmático el caso que se expone en el reportaje, acerca de una chica que “había tenido que ocultar que tenía dos carreras para conseguir un puesto en una tienda de chuches”.

En definitiva, si la sociedad en su conjunto no aprecia ni compensa la valía de estos jóvenes, ni su esfuerzo diario, su ilusión y sus ansias de conocimiento y de formación constantes (en quien empieza, estos no terminan jamás), significa, sin duda, que vivimos en una sociedad esquizofrénica. Aquí los medios “todopoderosos” están haciendo mucho daño: están animando a los jóvenes a perseguir el triunfo inmediato, sin preparación alguna, pero, a su vez, critican algunos “productos” (llamémosles daños colaterales) que emanan de esa concepción que han creado, de ese espectáculo sin límites en el que todo vale y que tiene por premisa fundamental “es lo que el público quiere”. Esos “productos”, diríamos descarriados, que no demuestran interés por nada animado o inanimado, y que sólo piensan en que llegue el viernes para rozar el coma etílico, son precisamente eso porque han sido producidos. La sociedad no ha sabido enseñarles la satisfacción por aprender, por conseguir algo en lo que se ha empleado tiempo, dedicación y aliento; y no ha sabido mostrarles cómo en pos de todas estas metas siempre se siente uno vivo, a pesar de los fracasos. No necesita un atracón de pastillas rosas para evadirse.

Por todo esto, a los jóvenes que se mantienen en su particular “universo paralelo” y a los que discurren por el universo conocido, no les pidáis, como se expresa lúcidamente en el reportaje, “que se comporten con la misma fe en la humanidad que un señor para el que su único contacto con el mundo del espectáculo era la misa de los domingos”.