lunes, 10 de diciembre de 2007

Yo estuve allí, por el doctor House

“Si bien House tiene la convicción de que no existe vida más allá de ésta, lo único que tiene en mente, como auténtico científico, es servirse de esa parte fundamental del método científico que recibe el nombre de “falsabilidad”. Según ésta, una proposición científica es falsa cuando se consigue demostrar mediante la experiencia que un enunciado observable es falso (en este caso, que la muerte es un estado final irreversible).”
Yo soy quien sugirió esa otra versión aludida. Demósle profundidad ahora. Sin más preámbulos, al meollo:

¡Patricia habla directamente de suicidio…! ¡Buf! Aún cuando reconozcamos en House un personaje resentido y amargado (discutible), ni los problemas del capítulo -ni en general de la temporada ni de la serie- ni la discusión con el ‘hombre eléctrico’ –el del minuto y medio de puro placer- podrían conducirnos a la idea de que House pretende poner punto final a su existencia. Esta idea –la del suicidio- es, entonces, inconsistente con la trama particular del episodio y la personalidad del doctor, un personaje que en ningún momento de la serie defiende el suicidio (antes al contrario) y mucho menos para consigo mismo.
Pero hablemos primero del episodio. En la escena señalada, House llama por el busca a una de las doctoras en prácticas (Amber Velokis –o algo así-, más conocida como “zorra cruel”), con el fin de que le reanime. House no pretende suicidarse, pretende intentarlo (tal y como, minutos antes, ha deducido de la actitud del tipo de los 97 segundos). Lo que quiere el heterodoxo cojito es experimentar la sensación referida por el tipo del accidente de tráfico, y no con una intención recreativa o lúdica (“oh, mis mejores segundos”), sino simplemente porque, intrigado por la fascinación del Eléctrico, quiere demostrarle que se equivoca.
Porque House sabe que se equivoca; su fascinación no tiene nada de mágica ni de religiosa. ¿Pero cómo se convence a un iluminado, que se agarra a esa experiencia como prueba última de su razón? Precisamente esto le comenta al doctor Wilson en una escena previa. El doctor Wilson (por cierto, un excelente complemento en toda la serie –y no pocas veces como contrapunto- a la personalidad de House, su auténtico doctor Watson) que, como todos, como Patricia, no quiere resignarse sólo a unos preceptos biológicos y científicos y le acaba espetando el consabido: “no puedes saber lo que hay, no has estado allí”. Este argumento, el pasillo donde acaban todos aquellos pseudoreligiosos que no pueden vivir con la idea de –simplemente -una vida efímera y mortal[1], pero que tampoco pueden aceptar las locuras de la Biblia, es respondido por House con algo así como “¡siempre lo mismo!”
¿Y qué hace House? ¿Qué hace House, que anhela no sólo rebatir a Wilson (y a todos los inquilinos del pasillo), sino también darle una explicación racional a su suicida del porqué debe quedarse, una explicación que él pueda entender[2]? House, como en toda la serie, con una actitud estrictamente científica, decide experimentarlo y demostrarlo. Ya ha estado allí, ya ha estado clínicamente muerto. Y ha vuelto para decirnos (la última frase del capítulo) que “no hay nada, que ya nos lo advirtió”. La teoría científica ha superado la prueba de la experimentación práctica. Se ha falsado y ha resistido. La ciencia ha vuelto a ganar al oscurantismo.
Y eso es lo realmente grandioso de la serie –a la que no descartamos dedicarle más posts-, por encima de sus diálogos más o menos brillantes, sus tramas particulares más o menos originales o sus actuaciones más o menos convicentes: es un homenaje a la auténtica ciencia, al auténtico conocimiento. Sin excentricidades, sin contaminación idealista, sin mentiras sentimentales, la actitud científica de House en toda la serie es un admirable ejercicio de coherencia y valentía por parte de los guionistas. De hecho, hasta tal punto es la cosa, que creo que ver la serie es una oportunidad de conocerse a uno mismo: si a uno le gustan los argumentos de House (y nótese que digo “gustar”) está contento en un mundo realista de limitaciones biológicas y conquistas del conocimiento; si a uno le disgusta (o lo desprecia) seguro que tiene mucho de soñador y de idealista.

[1] Un verdadero creyente, un religioso, no intentaría convencerte racionalmente de la verdad de su doctrina. La Iglesia hace años que no trata de abrazar lo imposible: la religión es cosa de fe, “se cree o no”.
[2] Esta actitud puede rastrearse durante toda la serie; explícitamente por ejemplo en el capítulo de la misma temporada sobre el chico paralítico de la silla de ruedas y su perro.

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